Breve como un suspiro, un destello cegador atraviesa la ciudad mediante tres poemas de largo aliento.

En el primero, la noche canta música nocturna del siglo XX, los anuncios sonríen al transeúnte empapado bajo la lluvia de San Juan de Letrán. En el segundo, el relámpago ilumina el Ajusco, padre e hijo vigilan el amanecer de la ciudad: un castillo de arena bajo la mano torpe de Dios. Por último, los días pasan como un parpadeo, las estrofas suenan a cláxones, la luz roja nos detiene en el homenaje citadino de estos versos.